La fiesta estaba en su apogeo. Las luces suaves y doradas del salón iluminaban a los invitados, creando una atmósfera de lujo que solo podía sentirse en lugares como este. Victor Grayson caminaba con paso firme por entre los grupos de personas, su presencia inconfundible. Alto, de rostro perfectamente esculpido, con el cabello oscuro peinado hacia atrás y una sonrisa calculada que hacía que cada persona que lo mirara se sintiera especial, como si fuera el único en la sala. Sus ojos, fríos y penetrantes, analizaban a todos a su alrededor, buscando debilidades, señales de inseguridad. Lo que pocos sabían era que detrás de esa fachada de perfección había un maestro del control. Victor no era solo atractivo, no solo carismático; era un experto en leer a las personas, en manipular sus emociones, en hacer que sus deseos más profundos salieran a la superficie para usarlos en su beneficio. La mayoría de las mujeres que lo conocían se sentían irresistiblemente atraídas por él, pero era solo una de las piezas del rompecabezas que Victor había aprendido a jugar tan bien. Con su encanto natural y su voz suave, podía hablar con cualquiera como si fuera un amigo cercano, sin que nunca se diera cuenta de que se trataba de un juego. Un juego en el que él siempre estaba a cargo.
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