La vida de un hombre es una mota en el inmenso océano del tiempo y es bastante insignificante. Sin embargo, es una de las grandes creaciones del universo. Sorprendentemente, esta mota también puede crear con su cerebro, su corazón y sus emociones una respuesta estética al universo del que forma parte. Por sí mismo es un milagro de la naturaleza que también puede influir en ella y que en la actualidad sólo ocupa un minúsculo planeta en un rincón del universo, que además es perecedero. Así, cuando observamos a un hombre, en realidad estamos observando la huella de eones de tiempo y espacio. El hombre tuvo unos comienzos curiosos. Los lejanos precursores del Homo sapiens, el hombre moderno de la Tierra, se erguían sobre sus dos patas traseras y se sorprendían de que las patas delanteras no fueran necesarias para la locomoción y pudieran desplazarse a su antojo. Por supuesto, el elemento sorpresa se fue diluyendo a lo largo de las generaciones. Eso es cierto incluso hoy en día. La evolución del hombre pasa por la evolución de las dimensiones de la vida, las dimensiones creadas por la naturaleza o por el propio hombre. Los ajustes a estas dimensiones son los patrones de la evolución. El Homo habilis, el primer grupo de humanoides que conocemos, desarrolló brazos largos.
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