Francia, aprovechando la libertad que le daba la Unión Europea, estableció un monopolio de crédito en beneficio de las entidades bancarias francesas. La consecuencia de esta regulación fue una distorsión de la competencia en detrimento de otros Estados, lo que impidió completar el mercado interior en su dimensión bancaria y financiera. La Unión Europea toleró esta situación durante muchos años. Sin embargo, la necesidad de financiar a los agentes económicos y el deseo de completar el mercado interior condujeron a una liberalización de las fuentes de crédito apoyada por la Unión y que llevó a una fragmentación progresiva del monopolio bancario francés.
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