A cierta edad, las personas hemos recibido todo tipo de atención médica. La decisión de dónde ir, y quien habría de atendernos, se ha basado en la confianza que nos daban nuestros prestadores. Nos respaldamos en su nombre conocido, su reputación o la de la institución en donde trabaja. Eso, si se tiene el privilegio de poder elegir. Para mucha gente, los prestadores son aquellos que les indican las cartillas cerradas de sus seguros médicos, y para otros, los que se atienden en el sector público, obtienen, lo que apenas puedan conseguir. En definitiva, nuestros prestadores son aquellos en quien tenemos fe, o quienes están en su puesto de trabajo en el momento de la atención. En el área de la salud, entonces, no hay decisiones que se basen en datos orientadores sobre los resultados de la atención médica de los profesionales, en cuyas manos, ponemos nuestra integridad física. Es la situación del paciente olvidado. Del que recibe lo que los expertos le dan, cualquiera sea el lugar y la persona que lo atiende. En esas condiciones, hablar de libertad de elección o de paciente empoderado, es retórica vacía y carente de sentido. En segundo lugar, en la atención médica los mercados funcionan mal, la regulación es ineficaz y el sector público tiene problemas de acceso y capacidad de resolución, por su racionamiento por cola e insuficiencia crónica de recursos. Los mercados funcionan mal porque la competencia no se basa en los resultados clínicos para los pacientes, ni sobre lo que el paciente valora. Este libro propone una solución para ambas cosas. Salir de una visión basada en la teoría objetiva del valor, sustentada en los atributos de la oferta de servicios, para pasar a una teoría del valor subjetivo y relativo para cada paciente de los resultados que obtienen al comprar atención médica. Que es el paciente y su sobrevida, su mejoría, recuperación y bienestar lo que cuenta, antes que un mundo, donde hay que pagar y agradecer, cualquiera sea la atención que el paciente reciba. Partir del concepto de valor para el paciente, y definirlo como resultados obtenidos sobre su condición médica inicial por la intervención médica, recoloca la importante cuestión del impacto de la atención sobre el paciente. Pone en su lugar, lo que se ha olvidado ya por demasiado tiempo. Que el sistema de salud está para mejorar a los pacientes y no para atender las lógicas propias de los oferentes de servicios. Que el paciente es, y debe ser, el eje central de todo.
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