El ritmo al que los medios de comunicación publican informes sobre incidentes de violencia de género es alarmante. Casi a diario se denuncian casos de niñas y niños profanados no sólo por extraños, sino también por personas conocidas y cercanas. Hay informes de esposas y maridos maltratados por sus parejas, mujeres que sufren las consecuencias de la mutilación genital femenina, entre otros delitos de esa naturaleza; probablemente sea cierto que algunos casos no se denuncian. En cierta medida, estos delitos son instigados por la sociedad. Están motivados por los desequilibrios de poder que existen entre los agresores y las víctimas. Estos desequilibrios se manifiestan en las diferencias educativas, sociales, económicas y biológicas. Un hecho plausible es que estos desequilibrios de poder se basan en la cultura por la que somos socializados, por la que se conforman nuestras opiniones sobre nosotros mismos y sobre el mundo que nos rodea. Esta cultura se codifica en creencias a través del lenguaje, las prácticas y las estructuras sociales. Este documento utiliza un análisis temático de algunos proverbios kimeru y expresiones no literales que sugieren el papel que desempeñan en la perpetuación de la violencia de género.
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