El origen de los nombres de las calles, es un tema relativamente reciente, ya que hasta mediados del siglo XIX, las vías públicas no estaban rotuladas, y las nominaciones que pudieran dársele suponían el reflejo de su ubicación dependiendo de un explícito gremio, de profesionales, de la casa, etc. En definitiva, se trataba de denominaciones de origen popular. La calle puede ser estudiada e interpretada como un espacio arquitectónico; como frontera de control o exclusión para la administración; como eje que guía la expansión de la ciudad y como tramo o como línea de unión del espacio o tiempo urbano...Su eje puede ensancharse o prolongarse, y es susceptible de perder su función o ser desplazada, pero ante todo, es una huella permanente de la historia de la ciudad (Bonet Correa, 1996). A medida que los espacios se habitan, surge en las personas la necesidad de marcarlos y de convenir nombres, con el fin de identificarlos, delimitarlos y poder comunicarse e interactuar acerca de ellos (Membrado-Tena y Fansa, 2020). Por tanto, los nombres de las calles permiten reconocer la historia, las creencias o la cultura de una comunidad determinada formando parte del patrimonio histórico-cultural.
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