JUANA ¿Y se ha de casar usted con un rústico labriego! ELISA Sí; ya he dado mi palabra. JUANA ¿Lo sabe aquel caballero? ELISA ¿Quién? JUANA ¿Quién ha de ser? Aquel que hace dos años y medio que la adora a usted y bebe por esa cara los vientos. ELISA ¡Ah!... Don Miguel. JUANA ¡Y al nombrarle me pone usted ese gesto! ¿Conque ya no hay esperanza para él? ELISA Ya ves, acepto la mano de otro... JUANA Es decir que cual humo se ha deshecho el antiguo amor... ELISA ¡Amor! Aquello fue un pasatiempo. Me agradaba su figura, su uniforme, su despejo... ¿Qué sé yo? Me complacía en bailar con él y creo que no me sonaban mal en su boca los requiebros. Quizá también de la mía se deslizó en un momento de imprudencia alguna frase que halagara sus deseos; mas yo no perdí el color ni el apetito ni el sueño, síntomas averiguados de un cariño verdadero; y él por su parte, a pesar de que hacía mil extremos, nunca llegó seriamente a hablarme de casamiento. JUANA Por pura delicadeza. Ya ve usted, un subalterno... Pero yo sé que esperaba de un día a otro el ascenso a capitán... ELISA Aún así fuera mucho atrevimiento, siendo hija yo de un marqués, que aspirara a ser mi dueño. JUANA Perdone usted. Él es hijo de barón... ELISA No te lo niego, mas no es segundón siquiera, que cuatro hermanos nacieron antes que él y están casados, y con prole todos ellos. ¡No es nada lo que tendrían que atarearse los médicos para que él llegara a ser lo que su padre y su abuelo! Y aún eso importara poco como él tuviera otro genio; pero es celoso, tronera, suspicaz y pendenciero. ¿Casarme con él? ¡Jesús! Mi casa fuera un infierno.
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