Desde 2010, Hungría no ha dejado de avanzar hacia valores antiliberales a pesar de las críticas y protestas de las instituciones de la UE. La relación que existía entre ambos actores antes de 2010 era positiva y tenía como objetivo reconstruir el país respaldando valores liberales como el libre comercio, el respeto al Estado de Derecho o los derechos humanos. Sin embargo, los antecedentes políticos del país pusieron de manifiesto que, a pesar de la voluntad de formar parte del proyecto europeo, existía una brecha cultural entre Hungría y Occidente, en cuestiones como la definición de democracia. Este marco posibilitó un punto de inflexión en 2010 que abrió la puerta al nacionalismo de Viktor Orbán. Así, el régimen evolucionó hacia uno antiliberal y, desde ese punto de inflexión, la hegemonía política y el autoritarismo de Orbán reforzaron una tendencia en contra de los valores que están en el centro de la identidad de la UE. Estas diferentes direcciones condujeron a un inevitable enfrentamiento frontal que puso de manifiesto la debilidad de los mecanismos y medidas de restricción existentes en la UE que, a pesar de las circunstancias, se esforzaron por dar forma a las políticas de Hungría.
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