La arquitectura y la literatura son dos áreas objetivamente diferentes, pero en realidad están mucho más cerca de lo que puede parecer. Hay que considerar que si existe una relación entre la arquitectura y la literatura hay que remontarse necesariamente a los orígenes del hombre, ya que ambas pueden remontarse indirectamente a la misma facultad del individuo; es decir, a esa capacidad particular que ha permitido al ser humano relacionarse con el contexto a través de la construcción de herramientas y símbolos lingüísticos. Por tanto, si existe una innegable conexión entre el lenguaje y las herramientas, dado que ambos se relacionan con la misma capacidad mental del hombre, el mismo principio se aplica a la literatura y a la arquitectura como consecuencias de la misma prerrogativa. Pero la afinidad entre la literatura y la arquitectura, para Borges, va más allá, hasta el punto de que pueden ser consideradas la misma cosa, como ocurre al final de El sueño de Coleridge, donde dice que el Poema y el Palacio son esencialmente lo mismo; porque, como está escrito en el subtítulo, Arquitectura y Literatura resuelven la perspicuidad de las diferencias en la capacidad evocativa de la narración.
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