A lo largo de su carrera, Shakespeare empleó a menudo una fórmula argumental predecible para reforzar la moral isabelina. La mayoría de los desenlaces clave pueden preverse antes del final del segundo acto de muchas de sus obras, basándose en la presencia de distintos tipos de manipuladores. Invariablemente, las diversas combinaciones de manipuladores - «buenos» y «malos»- influían en los resultados que apoyaban la moral isabelina que reforzaba el legítimo gobierno de sus mecenas reales, la reina Isabel I y el rey Jaime I.
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