En este ensayo se analiza la particular lectura que hizo un artista postromántico de un texto barroco. Si añadimos que el texto en cuestión es una obra maestra de la literatura universal y que el artista al que nos referimos fue el ilustrador más popular y controvertido del siglo diecinueve, entonces nos encontramos ante un diálogo interdisciplinar particularmente sugestivo. Los grabados de Gustave Doré para el Quijote, grotescos y expresionistas, evocaron siempre reacciones contradictorias, hasta el punto de que aún hoy seguimos observándolos con admiración y curiosidad. Doré se adelantó a muchas tendencias, como el simbolismo o el surrealismo, para dejarnos el canon de un Quijote que conecta con la posmodernidad, superando el reduccionismo romántico, modernizando el texto cervantino e imprimiendo en él las inquietudes estéticas de una sensibilidad abatida por el fracaso de las Revoluciones Liberales y por los efectos de la industrialización en Europa. Estos grabados de 1863 sonya parte indisoluble del imaginario colectivo. De esta forma, podríamos afirmar con Émile Zola que la edición del Quijote ilustrada por Doré es "un mismo pensamiento traducido a dos lenguas".