La palabra escrita de José Carlos Pedroza es como la luz que se cuela entre las hojas de un árbol mientras llueve, donde todo es frágil, donde la voz evoca lo cotidiano en el momento justo en que el agua comienza a desvanecer las imágenes de lo real. ¿Entonces qué nos queda? el verso que traza el pasaje, la palabra común del poeta y la imagen de lo que ya fue, ahora permanente. El árbol de la lluvia es la travesía entre paisaje y sombras, relojes rotos y espejos en el interior del alma; pero sobre todo, es la reconciliación entre el escritor y el quehacer poético, esa forma que tiene Pedroza de enunciar a la escritura como la imagen femenina llena de contradicciones y memorias, nos permite sentir a una mujer habitada en la distancia, y que tanto desasosiego trae a quien la mira desde lejos, una mujer que se encarna en la imagen lejana de la abuela, en la ruptura que supone una puerta cerrada o en la misma breve desnudez de la tarde Erwin Limón
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