Cuando Japón se abrió al mundo a mediados del siglo XIX, su percepción del mundo y de ellos mismo cambió. Al observar a los países de Europa occidental, se percataron de la necesidad de avanzar en un mundo cada vez más moderno, porque de no ser así, corrían el riesgo de desaparecer frente a las potencias. Este impulso hizo que Japón emprendiera su carrera hacia la modernidad y centró sus esfuerzos en la ciudad de Tokio, la nueva capital de su imperio. Con el transcurso de los años, esta ciudad fue creciendo en tamaño y se adaptó a los nuevos sistemas modernos implementados por medio de políticas. El gobierno se encargó de llevar a Tokio hacia los más altos estándares de modernidad que el mundo conocía, incrementando su ego como el más grande imperio asiático de la modernidad. El orgullo del imperio japonés que dominaba casi todo el Pacífico, se derrumbó cuando su mayor triunfo, Tokio fue bombardeada en la Segunda Guerra.