Para los tibetanos, el templo es la morada de los "dioses" ante los que van a postrarse, donde van a presentar sus ofrendas y sus plegarias, un lugar familiar, vibrante y resplandeciente. Viviendo en ósmosis con el santuario, comprenden con su corazón y con su fe, sin gran necesidad de recurrir al intelecto. En cuanto a los occidentales, llegan con una mirada nueva y una mente curiosa: sin duda, al principio, el templo tibetano les seduce por su estética, pero pronto se convierte en un hervidero de preguntas, sobre lo que representasobre sus frescos y sus pinturas, sobre sus estatuas, sobre su decoración.
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