He aquí el epitafio de Wittgenstein: «No pida yo nunca estar libre de peligros, sino denuedo para afrontarlos. No quiera yo que se apaguen mis dolores, sino que sepa dominarlos mi corazón. No busque yo amigos por el campo de batalla de la vida, sino fuerza en mí. No anhele yo, con afán temeroso, ser salvado, sino esperanza de conquistar, paciente, mi libertad. ¡No sea yo tan cobarde, Señor, que quiera tu misericordia en mi triunfo, sino tu mano apretada en mi fracaso» . Y su conclusión: «¡Tu palabra sí que es sencilla, Maestro mío, no la de los que hablan de ti! ¡Qué bien entiendo la voz de tus estrellas y el silencio de tus árboles! Y sé que mi corazón quisiera abrirse como una flor, que mi vida se ha llenado en una fuente escondida» .
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