En las últimas décadas, el progreso industrial ha aportado prosperidad material y una vida cómoda a un ritmo sin precedentes en el crecimiento de la civilización humana. Pero el mismo ritmo de crecimiento industrial ha provocado desequilibrios ecológicos y una grave contaminación del agua, la tierra y el aire. La naturaleza tiene sus propios mecanismos de prevención y control para salvarse del deterioro y la extinción. Sin embargo, nuestro ecosistema se ha contaminado significativamente por el vertido de efluentes sólidos, líquidos y gaseosos sin tratar y con diferentes características, que provocan graves riesgos para la salud. Además, la contaminación ambiental es directamente proporcional a la población, al consumo per cápita de bienes industriales y a los contaminantes por unidad de producción industrial. El plomo llega al agua a través de la combustión de combustibles fósiles y la fundición de mineral sulfurado, y a los lagos y arroyos por el drenaje ácido de las minas. Las industrias de transformación, como la fabricación de baterías y el chapado y acabado de metales, son también una fuente importante de contaminación por plomo. El plomo se acumula principalmente en los huesos, el cerebro, los riñones y los músculos y puede causar muchos trastornos graves como anemia, enfermedades renales, trastornos nerviosos y enfermedades incluso la muerte.
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