No sabemos si escogemos el territorio, tampoco tenemos claro si el territorio nos escoge a nosotros, lo que sí, es que una vez establecida esta relación simbiótica, el cordón umbilical se hace irrompible, y cualquier alteración que hagamos de esta unión resultará en una tragedia. Allí en el Alto Andágueda, territorio Chocoano, estaban los Embera Katíos, aferrados a lo que sus dioses o la ciencia les entregó; ahí en esa porción de mundo que les tocó para sobrevivir, para echar sus raíces y dejar sus semillas. En el mismo lugar estaban quienes devorarían su existencia y tratarían de extinguirlos. Una tal llamada fiebre del oro fue la culpable de que un día ellos tuvieran que renunciar a su nido, a sus guarida y, echar andar con un rumbo, no se sabe si conocido. La ambición por el oro en el Alto Andágueda, junto con las balas, desterró a parte de esa población, se asentaron en Andes, un pueblo con ínfulas de ciudad grande, dónde la caridad de las personas sobrepasó los límites, y empezaron a llegar más y más como abejas a su panal.