La globalización de las actividades productivas de la industria extractiva ha permitido reubicar capitales desde los países del centro de la economía-mundo capitalista, con altos índices de desarrollo humano, en los territorios de países de la periferia, que, dadas las condiciones de la explotación de sus recursos naturales, permite un altísimo rendimiento económico. La contraparte es el costo en materia social y ambiental que dichos proyectos conllevan para las comunidades directamente afectadas, así contribuyendo a seguir concentrando la riqueza generada gracias a la división internacional del trabajo, favorable al centro. Países que, como Estados Unidos y Canadá, acaparan los beneficios obtenidos de la extracción de metales preciosos, haciendo el mundo cada vez más desigual. Sin embargo, a pesar de la pobreza material en que viven las mayorías en los países periféricos, condición reforzada por esa inequitativa distribución de beneficios, las personas que día a día viven la destrucción, explotación, opresión y dominación implícitas en un proyecto minero a cielo abierto, encuentran la valentía y fortaleza para organizarse y responder ante estas violencias.