El alegato a favor de un nuevo Congo es, ante todo, un esfuerzo por repudiar la desastrosa tendencia a hacer del Congo un no-estado, una república muerta o la república de todas las fatalidades. Desde 1960, el Congo no ha conseguido construir una república, ni darse cuenta de su necesidad, por falta de una visión coherente de África y del mundo. Una república que nunca ha entendido que la primera condición para desempeñar un papel geopolítico es existir como una nación fuerte e integrada con una sólida cohesión nacional, alimentada por una ardiente conciencia política. La esperanza constituida por el advenimiento de un nuevo poder, la necesidad de sacar a la república del orden de la muerte y de concebir la refundación del Estado congoleño como un deber para resucitar su funeral. Como es sabido, las crisis viscerales y los conflictos de todo tipo que asolan al país en cuestión lo han llevado a un giro más que infernal, paralizando el curso de su historia.
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