Como es bien sabido, la globalización, o tercera etapa del capitalismo mundial, ha provocado la colonización de los modelos culturales contemporáneos, haciendo que la cultura sea absorbida por el mercado y cada vez más impuesta en torno a matices europeos y estadounidenses. Los medios de comunicación y la publicidad han adquirido una enorme importancia a partir de esta referencia cultural, generando una producción mercantilizada en la que ya no es posible hablar de nada que no esté vinculado a esta nueva realidad. En consecuencia, el producto cultural se convierte cada vez más en una mercancía, lo que acentúa la cuestión de su inmunidad a las influencias del capital en la sociedad posmoderna, como sugiere Pellegrine (1999, p.181). Esta etapa del capitalismo está marcada por el consumo de la propia mercancía como proceso, en el que se pueden encontrar viejos vestigios del pasado, creando una continuidad sistémica de lo viejo sólo que con un nuevo envoltorio.
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