La finitud de la existencia humana se traduce en múltiples pareceres. Uno de ellos es la religión. Lejos de entenderla como un escape hacia mundos inimaginables, los universos religiosos se desarrollan en un suelo emocional que transita por la vida cotidiana. Los devotos de san La Muerte, hombres y mujeres de carne y hueso -no sujetos posmodernos-, saben que la vida, atendiendo a las vicisitudes de la misma, muchas veces pende de un hilo. Los dioses populares vienen en su ayuda para devorar gran parte de las avatares de las instituciones oficiales, monstruos que si no les ponen freno terminan con el pan y la sal, la vida y el futuro.