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Jorge Mañach siempre dejó constancia del gran cariño que sentía por Sagua la Grande, su ciudad natal. La rebautizó como Sagua la Máxima, y en una de sus impagables glosas la describió como "una villa pulcra y luminosa, limpia y clara". Sin embargo, fue La Habana la ciudad de la cual más escribió, pues fue allí donde residió por más tiempo. Su primer acto de amor a nuestra capital fue Estampas de San Cristóbal (Editorial Minerva, 1926, 283 páginas), donde recopiló los trabajos publicados por él en el diario El País, entre julio y agosto de 1925. Es, como comentó Mario Parajón al rescatarlo en…mehr

Produktbeschreibung
Jorge Mañach siempre dejó constancia del gran cariño que sentía por Sagua la Grande, su ciudad natal. La rebautizó como Sagua la Máxima, y en una de sus impagables glosas la describió como "una villa pulcra y luminosa, limpia y clara". Sin embargo, fue La Habana la ciudad de la cual más escribió, pues fue allí donde residió por más tiempo. Su primer acto de amor a nuestra capital fue Estampas de San Cristóbal (Editorial Minerva, 1926, 283 páginas), donde recopiló los trabajos publicados por él en el diario El País, entre julio y agosto de 1925. Es, como comentó Mario Parajón al rescatarlo en 1995, "uno de sus libros más entrañables, quizás el más entrañable". Se trata de un paseo por La Habana, armado a través de "una conversación ininterrumpida, entre un viejo procurador, filósofo nato y hombre de gran experiencia de la vida que hace a un joven pasear por la calle Obispo, se deleita en la Plaza de Alvear, y va por San Juan de Dios". La lectura de los títulos de las 59 impresiones que aquí publicamos con el título de Estampas y visiones habaneras, da una idea del abanico temático que en ellas se trata: "Obispo", "El Morro", "El bodeguerito", "Fritas a media noche", "Miramar", "La morenita presumida", "El Vedado", "El son", "Pregones", "Mercaderes", "Las aceras y las azoteas", "La guagua y el carácter", "El cañonazo", o "La china María la O"... Calles, barrios, personajes y costumbres aparecen vistos a través de las pupilas alertas de Luján y del cronista, en lo que constituye un itinerario sentimental de La Habana. A propósito del nombre con que se refiere a ella, Mañach declaró que era un homenaje al hoy olvidado escritor norteamericano Joseph Hergesheimer. Mañach visitó varias veces La Habana e incluso escribió sobre ella un hermoso libro, San Cristóbal de La Habana (1920), que casi un siglo después permanece inédito en nuestro idioma. Para rubor nuestro, comentó Mañach, quien dejo entrever que acaso le fuera dado a él intentar esa faena que, desafortunadamente, no llegó a realizar.
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Autorenporträt
Pedro Calderón de la Barca (Madrid, 1600-Madrid, 1681). España. Su padre era noble y escribano en el consejo de hacienda del rey. Se educó en el colegio imperial de los jesuitas y más tarde entró en las universidades de Alcalá y Salamanca, aunque no se sabe si llegó a graduarse. Tuvo una juventud turbulenta. Incluso se le acusa de la muerte de algunos de sus enemigos. En 1621 se negó a ser sacerdote, y poco después, en 1623, empezó a escribir y estrenar obras de teatro. Escribió más de ciento veinte, otra docena larga en colaboración y alrededor de setenta autos sacramentales. Sus primeros estrenos fueron en corrales. Entre 1635 y 1637, Calderón de la Barca fue nombrado caballero de la Orden de Santiago. Por entonces publicó veinticuatro comedias en dos volúmenes y La vida es sueño (1636), su obra más célebre. En la década siguiente vivió en Cataluña y, entre 1640 y 1642, combatió con las tropas castellanas. Sin embargo, su salud se quebrantó y abandonó la vida militar. Entre 1647 y 1649 la muerte de la reina y después la del príncipe heredero provocaron el cierre de los teatros, por lo que Calderón tuvo que limitarse a escribir autos sacramentales. Calderón murió mientras trabajaba en una comedia dedicada a la reina María Luisa, mujer de Carlos II el Hechizado. Su hermanó José, hombre pendenciero, fue uno de sus editores más fieles.