Ciertamente, hay muchas pruebas que demuestran que las mujeres líderes son tan capaces o más que sus homólogos masculinos. Esto se debe a que su estilo natural de liderazgo es colaborativo y cooperativo, lo que genera una mano de obra comprometida. También son reacias al riesgo y adoptan una visión estratégica u holística de las decisiones empresariales, lo que conduce a un nivel más equilibrado de crecimiento organizativo. Existen pruebas limitadas que sugieren que hay razones fisiológicas que apoyan esta afirmación (principalmente la capacidad de la mayoría de las mujeres para gestionar y supervisar múltiples flujos de información simultáneamente), lo cual es claramente un rasgo deseable en una situación de liderazgo. Sin embargo, los datos estadísticos demuestran que, una y otra vez, a las mujeres se les niegan puestos de liderazgo o deciden no aspirar a ellos más allá de un determinado nivel directivo. Existe un debate en torno a si las mujeres optan por no hacerlo o se ven obligadas a ello por presiones sociales extrínsecas e intrínsecas. Algunas investigaciones han demostrado que las mujeres que optan por no ocupar puestos directivos suelen hacerlo por intereses personales y tienen mucho éxito.
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