El siglo XX asistió a las aventuras y apuestas más arriesgadas en el mundo-lenguaje. Las disciplinas humanas fueron impactadas por la promoción paradigmática de una lingüística estructural con efectos definitivos sobre métodos y prácticas de investigación. Posteriormente, las proposiciones críticas sobre los signos ¿en las filosofías de la diferencia o ¿postestructuralismos¿¿, se traducen en una irradiación de múltiples semióticas y desterritorializaciones del sentido. ¿Cómo pudo adaptarse, en las interpretaciones estructuralistas de la vida social, un modelo propio de la lingüística, que carecía de unidad de uso entre las teorías y disciplinas, además de presentar inadecuaciones en virtud de su naturaleza simbólica, ajena al uso de los acostumbrados métodos empíricos, fenomenológicos o dialécticos? ¿En qué formas reaccionaron las filosofías de la diferencia al predominio del estructuralismo, cómo pusieron en entredicho sus discursos de sistema y la hegemonía del régimen significante, y cómo desarticularon sus supuestos teóricos y metodológicos para reivindicar un pensamiento divergente, cuyos efectos desconstructivos resuenan en los análisis contemporáneos del cuerpo social?