Roma era una sociedad que honraba a sus antepasados, su ley y su historia. Allí, salvo algunos temblores, el pasado parecía definir y legitimar el presente. Esta aparente estabilidad, esta visión de la norma como un hecho de la naturaleza, fue buscada por los diversos ordenamientos jurídicos de Occidente, cada uno de los cuales reivindicaba el papel de heredero legítimo y natural de una supuesta unidad procedente de la cultura clásica. Autores como Manuel Hespanha denuncian estas estrategias de legitimación como intentos de encubrir una ruptura entre el derecho clásico y el contemporáneo. En el trabajo que sigue, sugerimos que esta ruptura no es reciente sino, por el contrario, intrínseca al propio Derecho romano, que no gozó de continuidad ni siquiera en su época. Incluso si consideramos el peso de la tradición, conviene recordar que correspondía a los romanos vivos velar por la memoria de las cosas ausentes y, en cierto modo, también interpretar, o incluso componer, la voz póstuma de los muertos. Si existe una tradición, sería la administración y el encubrimiento de diversas rupturas. Podemos ser herederos legítimos de los romanos. No de un orden normativo, sino de la ficción de la continuidad inquebrantable de una tradición jurídica.
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