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Fray Luis de León empezó en la cárcel la Exposición del libro de Job (1583), con rasgos biográficos. Había sido condenado por la Inquisición por traducir el Cantar de los cantares. Permaneció cinco años en prisión y fue por entonces cuando escribió este libro. La Exposición del libro de Job, es una suma de las tradiciones bíblica y agustiniana y del neoplatonismo renacentista. Esta obra, además, muestra un poderoso dominio de la lengua española, que a juicio de fray Luis no era dura ni pobre, sino de cera para los que la saben tratar.

Produktbeschreibung
Fray Luis de León empezó en la cárcel la Exposición del libro de Job (1583), con rasgos biográficos. Había sido condenado por la Inquisición por traducir el Cantar de los cantares. Permaneció cinco años en prisión y fue por entonces cuando escribió este libro. La Exposición del libro de Job, es una suma de las tradiciones bíblica y agustiniana y del neoplatonismo renacentista. Esta obra, además, muestra un poderoso dominio de la lengua española, que a juicio de fray Luis no era dura ni pobre, sino de cera para los que la saben tratar.
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Autorenporträt
Fray Luis de León (Belmonte, Cuenca, 1527-Madrigal de las Altas Torres, Ávila, 1591). España. De familia ilustre con ascendientes judíos, Luis Ponce de León estudió en Alcalá de Henares y Toledo antes de ingresar como novicio en el convento salmantino de San Agustín. Participó en las polémicas que enfrentaban a dominicos y agustinos en la universidad de Salamanca. Frente al tomismo conservador de los primeros, postuló el análisis de las fuentes hebreas en los estudios bíblicos. Cuando se difundió su traducción al castellano del Cantar de los cantares a partir del hebreo, fue acusado de infringir la prohibición del Concilio de Trento, que estableció como oficial la versión latina de san Jerónimo. Procesado por la Inquisición, estuvo encarcelado entre 1572 y 1577, al final fue declarado inocente y pudo volver a sus clases. Hombre vehemente, sufrió otra amonestación inquisitorial en 1584. Tuvo las cátedras de filosofía y estudios bíblicos, y poco antes de su muerte, en 1591, fue nombrado provincial de la orden agustina en Castilla. Dominaba el griego, el latín, el hebreo, el caldeo y el italiano. Fue admirado por Cervantes (que lo llamó «ingenio que al mundo pone espanto»), por Lope de Vega que escribió: «Tu prosa y verso iguales conservarán la gloria de tu nombre» y sobre todo por Francisco de Quevedo (quien lo consideró el «mejor blasón de la habla castellana»).