Los Juegos del Hambre han capturado la imaginación de una generación de jóvenes. Las razones de su amplio atractivo son pluriformes, pero se deben en gran parte al ambicioso marco de la trilogía de Suzanne Collins, con raíces que se remontan a la antigüedad grecorromana y una narrativa que se extiende hacia un mundo post-apocalíptico. A continuación se ofrece una interpretación teológica de la obra. Nuestro esfuerzo no es una lectura alegórica, ni es el intento de colocar el texto de Collins junto al bíblico e inferir causalidades. Panem, de hecho, es decididamente agnóstico, un mundo desprovisto de lo divino. Un análisis teológico es posible no porque la historia tenga en mente la Biblia sino porque la Biblia tiene en mente el antiguo mundo grecorromano. El atractivo perdurable de la Biblia, además, radica en su capacidad de abordar las preocupaciones existenciales y la realidad humana perenne, es decir, nuestro apego a la esperanza, el deseo de libertad, el encuentro con la traición y el poder devastador del mal. En la medida en que la Biblia y Los juegos del hambre reflejan la realidad humana, los lectores naturalmente establecerán conexiones. Nuestra lectura de la obra es un intento de dar cuerpo a estas intersecciones y ver cómo los textos se contrastan entre sí.
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