Ignacio Hernández del Castillo forjó una gran familia y sirviendo a México, dio empleo a muchas personas. El día en que llegó a su morada final se reunieron más de dos mil personas a despedirlo. Todos y cada uno de los asistentes entrañablemente lo sintieroncomo padre, abuelo, hermano, amigo, patrón. La última voz ese día fueron las sirenas de las ambulancias que él había donado a unos hospitales de su querida tierra natal, San Luis Potosí.Este libro presenta su personal filosofía, escrita en la plenitud de su vida.
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