La sensación y la libertad son cualidades humanas indisociables. No basta con ser libre, pues se requiere sentirse libre. Tampoco es suficiente que cada cual posea una determinada capacidad para sentir, porque nuestro anhelo es concebirnos como dueños de esa capacidad. En suma, queremos sentir el mundo libremente. Sin embargo, cada vez resulta más complicada en el mundo actual la acción de los sentidos propios, que están sometidos a todo tipo de enajenaciones, y en especial sometidos al control de la cultura mediática y masificada. La urgencia de la libertad individual se contrapone a la solicitud imperiosa de la sociedad para que la persona viva únicamente dentro de los límites de la prohibición, ya sea bajo la carga de una legislación insidiosa o con el peso de una moral elaborada en otros siglos y para otras circunstancias. Hoy, lo humano parece fluctuar entre la permisividad extrema y la opresión máxima. Cualquier sensatez personal y hasta cualquier intento de individualización es vista como un ataque. Es claro: en la sociedad de masas la vida individual es una rebelión. ¿Y qué tenemos de más individual sino la experiencia sensible de nuestra propia vida en cada momento?