El cristianismo es muy antiguo, y su duración constituye una credencial de seriedad en la propuesta y de riqueza en los contenidos. Pero no puede ignorar el peligro de esclerotización de las instituciones, de desgaste de las palabras y de deformación y hasta perversión del sentido genuino de los conceptos. Afrontarlo con lucidez, tratando de recuperar el sentido original, para que la fe resulte intelectualmente significativa, culturalmente relevante y socialmente practicable, constituye uno de los ejes decisivos de la actual preocupación teológica. Sólo un cristianismo dispuesto a abandonar el marco premoderno, para articular su comprensión en las posibilidades auténticas de la cultura actual, tiene posibilidades de futuro.
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