"He venido en carro hasta la casa de don Antonio Ibáñez, que es la primera que hay en el Pulpillo. Aqui he bajado: deseaba volver a pisar la tierra de esta inmensa llanura, respirar el aire a plenos pulmones, bañarme en el sol tibio, de primavera, que inunda la campiña. Y he sentido al tocar la rierra y extender la mirada a lo lejos, una sensación como de voluptuosidad triste, de angustia y de bienestar. La llanura verdea en su extensión remota, los sembrados están claros y se mueven de cuando en cuando, como oleadas, mecidos por ráfagas suaves de aire templado. Veo las rojizas lomas de las Moratilllas, las Atalayas con sus laderas amarillentas salpicadas con los puntitos simétricos de los olivos, la imperceptible silueta, allí al fondo, de la sierra de Salinas" (Azorín. La Voluntad. 1902).