El presente ensayo ofrece un panorama a la vez teórico y práctico de uno de los temas más discutidos del presente: las fronteras territoriales. Su análisis parte de una constatación difícilmente refutable: el incomprensible e injustificado silencio que sobre el tema han guardado las principales teorías de la justicia construidas en las últimas décadas. ¿Cómo es posible que se haya aceptado que el trazado de las fronteras es un factor dado, algo que hay que considerar como legítimo sin que quepa cuestionarlo de alguna manera? Las fronteras determinan no solamente la extensión territorial de los Estados, sino que se constituyen como la empalizada que permite distinguir entre los miembros de la comunidad y los que no pertenecen a ella. Juegan una función no solamente policial, sino sobre todo cívica e incluso constitucional, a propósito del Estado y la nación. ¿Es pertinente que en todos los casos las fronteras mantengan interna y externamente los trazados que tienen en la actualidad? ¿Deben seguir sirviendo como muros para contener la inmigración? ¿Pueden convertirse más bien en formas de control de la delincuencia y no en barreras frente a quienes huyen de la miseria y de la guerra? Estas preguntas conducen a un cuestionamiento radical de nuestras actuales formas de organización social. De su adecuada respuesta puede surgir un nuevo modelo de comunidad, o bien la persistencia de los actuales regímenes de exclusión y contención que se han demostrado tan ineficaces como injustos.
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