Los cambios en las pautas competitivas y el progreso técnico y en las políticas de contratación por parte de las empresas, derivados del alto número de titulados y los elevados índices de desempleo, con la consecuente exclusión de los menos cualificados, han comenzado a demandar de los trabajadores unas destrezas más flexibles y más adaptables a dichos cambios. Surge así la necesidad de articular los niveles educativos en cadenas de formación, y de validar y homologar los diferentes tipos de educación, de tal forma que hagan parte de un solo sistema que le sirva a la persona en su educación a lo largo de la vida, y puedan tener acceso a oportunidades de aprendizaje según sus necesidades. El cambio de un modelo educativo tradicional, caracterizado por su rigidez, hacia un modelo de formación con base en competencias laborales, individualizado, flexible y permanente y a la medida del usuario, requiere flexibilizar el proceso educativo en las instituciones de formación para el trabajo, en vista de que lo importante no es el tiempo de dedicación a un tema sino el nivel de logro de una competencia para que la persona se desempeñe eficientemente en una función productiva.