Desde el Tratado de Wesfalia de 1648 hasta los años 1945, los Estados eran los únicos actores de las relaciones internacionales. Sólo después de la Segunda Guerra Mundial, por verdadera voluntad de ésta, organizaciones como las Naciones Unidas comenzaron a actuar en la escena internacional como actores. A partir de este fenómeno observado, el mundo, a través del desarrollo acelerado de Internet, de los medios de comunicación y de los intercambios económicos, vibrará al ritmo de lo que se ha llamado globalización. De hecho, es el fin de la preeminencia omnipotente de los Estados en las relaciones internacionales. De lo que estaba reservado únicamente al ámbito doméstico, se pasa a la universalización, o mejor aún a la internacionalización, de las discrecionalidades. El mundo se abre entonces en una práctica de construcción unitaria hasta el punto de que el malestar de uno se convierte en el problema del otro. Ya se trate de la protección de los derechos humanos, de cuestiones medioambientales o de organizaciones regionales o subregionales formadas por Estados, las limitaciones son tales que nada se hace en el vacío. Cada individuo actúa por el bien de la humanidad.
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