La noche de la masacre y desde su escondite, Roberto Altamar y Nando Sandoval, pudieron ver el rostro del comandante del grupo asesino, suavemente nimbado por el haz luminoso de un fósforo. No lo podían creer ese rostro le es muy conocido. Ahora desplazados, se van a compartir un destino que nunca habían imaginado parten para un mundo urbano, ajeno a sus tradiciones y cultura. Toda la vida serán perseguidos por los dolores de un pasado de odio y rencor por una guerra irregular y sin sentido.