En una mañana de verano, como de costumbre con mucho viento que impulsaba con fuerza las velas del pequeño velero que se adentró en el río como siempre lo hacía, los holandeses regresaron a su medio, se fueron al océano nuevamente donde los esperaba un gran barco que los alejaría hasta las frías aguas del Atlántico Sur y los llevaría hasta las frías aguas del Atlántico Norte. Así volvían a la vida y soñaban la muerte, volvían llenos de aventuras y recuerdos, de duros, fabulosos y fantásticos recuerdos.