El hijo de las laderas, consciente de su legado, graba en la memoria poética su huella como resistencia al olvido, de modo que el día de Mañana no le sea tardío, y al llegarle la muerte, no se arrepienta de sus silencios; que el día de Mañana, cuando lo recuerden, no digan: No dijo suficiente / no dijo lo que quiso / le dieron miedo los mensajeros de la muerte / y de igual forma murió .El hijo de las laderas ha de morir en su ley: de plomo y poesía, y tal vez, de locura, encerrado en la concatenación de palabras que cuentan lo que es, como cuenta el vino de la uva. Pero, ¿qué mayor alegría para el perturbado que morir de locura, cuando puede ser un libre esclavo sus ensoñaciones? Dirán los normales que la felicidad sólo puede alcanzarse en un estado de calma y plenitud, pero es un hecho que la uva como uva es dulce y nada más, y la uva como vino es amargura, pero también extática bacanal.
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