Una pareja de recién casados se muda a vivir a una fosa de cinco metros por cinco cavada en un parque de Madrid. Nunca averiguamos por qué y ellos mismos no parecen planteárselo, a pesar de que, estación tras estación y año tras año, no dejan de sufrir las consecuencias de esta extraña decisión. Narrada en un estilo realista, el agujero del título, omnipresente pero nunca cuestionado, va adquiriendo con cada nueva página dimensiones de fábula. David se inclinó para retirar dos de las argollas y doblar la lona hacia el árbol, descubriendo una fosa recién cavada de algo más de dos metros de profundidad. En un rincón, apenas visible en la penumbra, descansaba un colchón de matrimonio cubierto por una colcha de cuadros blancos y azules. Las paredes eran de tierra descarnada y los muñones de las raíces del almendro, serrados al ras, sangraban savia todavía. David descendió de un salto, recogió una linterna de un contenedor de plástico que se encontraba oculto en la esquina opuesta a la del colchón e iluminó el espacio para Eva. Ella, al pie de la fosa, recortada contra el cielo nocturno, iba siguiendo el foco de luz con la mirada. -¿Qué te parece? -preguntó David. Eva aprobó con la cabeza lentamente. -Está bien -dijo-. ¿Cómo subimos?
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