A los dieciséis años me encontraba hablando con mi padre biológico por primera vez. La única forma en que puedo describirlo es que fue algo surrealista. Él me pidió que nos reuniéramos en un Denny's cercano. No supe qué decir excepto: Claro, estaré allí en treinta minutos. Fui a mi habitación, recogí mi bolso, le dije a mi mamá que iría a Denny's y conduje hasta encontrarme con mi padre. Nunca había visto una foto suya, así que, no tenía ni idea de cómo identificar a mi padre. Estaba un poco aturdida, sin saber qué pensar ni cómo sentirme. Estacioné mi automóvil, salí y me quedé en la acera afuera de Denny's esperando que algún hombre viniera a presentarse. En cambio, una mujer que no conocía se acercó y me preguntó: ¿Eres Julie?. Ella me dijo que mi padre estaba esperando adentro. Los efectos de crecer con un padre física o emocionalmente ausente se extienden más allá de los males sociales a los que se refieren muchas estadísticas. En el transcurso de más de treinta años de enseñanza y ministerio, a menudo me he encontrado con personas que no se sienten amadas o ni siquiera dignas de amor porque su padre no las amaba. Se sienten invisibles y se resisten a las relaciones cercanas e íntimas porque las ven como que solamente son temporales, las cuales terminan con mucho dolor. Temen continuar un ciclo disfuncional porque están seguros de que los demás son como sus padres. A través de este libro aprenderá y se sentirá seguro de que aunque su padre terrenal estuvo ausente o ha estado ausente, puede descansar confiadamente en el amor de Dios mientras descubre cómo Él le ha criado activamente.
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