En nuestra época, la "era moderna" (así llamada) está llegando lentamente a su fin. Se trata claramente de un proceso ambivalente. Sin duda, algunos aspectos de la modernidad han sido beneficiosos y progresistas. Entre estos aspectos beneficiosos destacan el auge de la democracia (como antídoto de la autocracia) y el énfasis en la participación personal en todos los aspectos de la vida, tanto en el pensamiento como en la acción. El lado negativo de estos desarrollos ha sido la erección de límites rígidos en torno a uno mismo y a los demás, evidente en el culto a un individualismo estrecho y una identidad nacional rígida en el estado o la comunidad política. Este culto no ha impedido la consecución de agendas cosmopolitas más amplias, pero éstas solían estar vinculadas a las estrategias de las "grandes potencias" o de las naciones líderes. Sin admitirlo abiertamente, las agendas de las grandes potencias han implicado a menudo la subyugación de naciones o países más pequeños o su utilización como apoderados en las políticas globales.
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