El ictus isquémico en recién nacidos está causado por una interrupción del flujo sanguíneo a una de las principales arterias cerebrales como consecuencia de una embolia o trombosis. Los ictus infantiles son entre 10 y 12 veces más raros que en los adultos, con una incidencia estimada de 3,3 por cada 100.000 nacimientos. El ictus perinatal es la forma más común, y es la principal causa de parálisis cerebral y la segunda causa más común de convulsiones neonatales después de la encefalopatía anaxoisquémica. Su presentación clínica no es muy específica. En la mayoría de los casos, el diagnóstico se basa en un escáner cerebral solicitado en respuesta a signos neurológicos de alerta, en particular convulsiones neonatales. A día de hoy, el mecanismo fisiopatológico del ictus neonatal sigue siendo objeto de debate. Se han identificado múltiples factores de riesgo maternos y fetales. Tras un ictus neonatal, el desarrollo del niño puede complicarse por diversas secuelas motoras y cognitivas. La rehabilitación motora temprana puede mejorar el pronóstico del recién nacido.
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