La delincuencia entre los jóvenes, que constituyen la mayor proporción de la población de un país, es un problema mundial. El ámbito de la juventud y la delincuencia ha recibido mucha atención, especialmente en los barrios marginales, donde hay un gran número de jóvenes ociosos, con una población muy elevada y, por tanto, un vecindario congestionado, con diversidad cultural, altos niveles de pobreza, viviendas informales, actividades económicas pobres, así como recursos limitados para prevenir la delincuencia. Ante la evidente evidencia del nexo entre el empobrecimiento de los jóvenes y la delincuencia en las zonas urbanas, los gobiernos deben poner en marcha numerosos programas de empoderamiento destinados a capacitar a los jóvenes. Al instituir estos programas de empoderamiento, el gobierno puede aprovechar la energía de los jóvenes. Esto les disuade de canalizar dicha energía hacia actividades delictivas. Estos programas tienen la capacidad de frenar la delincuencia entre la población urbana. Una de las formas en que los gobiernos pueden mejorar el acceso a sus programas de empoderamiento es a través de la creación de capacidades en los jóvenes que son capaces de identificar y desarrollar capacidades y utilizar los activos que ya tienen para ganar control sobre sus vidas e influir en las condiciones sociales que les afectan.
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