La necesidad de construir una Policía Ciudadana surgió en contextos políticos en los que las autoridades gubernamentales y policiales estaban desgastadas y desacreditadas, tanto por la incredulidad de la población en la eficacia de las fuerzas de seguridad para resolver los problemas de delincuencia, como por la desconfianza y el miedo de los ciudadanos hacia los agentes de policía cuya presencia generaba conflictos. El problema se agrava cuando la policía, al igual que otras instituciones públicas como las escuelas y las prisiones, insiste en invertir en recursos e ideas tradicionales que son burocráticamente seguros pero que ya no funcionan. Este fenómeno se expresa en la crisis del sistema penitenciario, resultado de la guerra comercial entre facciones del crimen organizado por el control del narcotráfico, y un formato policial anacrónico basado en la ostensibilidad que prioriza el uso de la fuerza y un aparato militarizado que históricamente ha demostrado ser ineficiente y obsoleto. Ante esto, nos preguntamos: ¿qué se puede hacer cuando las estrategias existentes para combatir la violencia criminal fracasan?
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