Haití es un país económicamente virgen y los recursos disponibles están poco o mal explotados. En consecuencia, las actividades económicas destinadas a desarrollar el país o a promover el crecimiento no se organizan de forma coherente y no contribuyen a reducir la pobreza ni a disminuir la tasa de desempleo. La IED puede considerarse como una inyección de capital para reactivar la economía haitiana. Al final del régimen duvalierista, en febrero de 1986, Haití experimentó una agitación política y económica que provocó una gran inestabilidad en el país. Esta situación despertó la desconfianza de los inversores, que no tenían una imagen convencida del sistema económico y temían invertir su capital en el país. La inestabilidad política del país y las limitaciones legales y estructurales dificultan el establecimiento de la IED en Haití. Haití es conocido por su mala gobernanza y por el aumento de la inestabilidad política que siguen percibiendo los donantes y los inversores extranjeros, lo que ha provocado una considerable fluctuación de los flujos de IED hacia el país.
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