La humanidad africana es un lugar de esperanza porque contiene los principios para combatir la forma particular del mal que padecemos en nuestros países: el empobrecimiento, la miseria, la interiorización en nosotros de las fuerzas y estructuras de la desigualdad mortal. La desgracia compartida de la pobreza sólo puede superarse mediante la felicidad compartida, y la profundidad ética de África es la felicidad compartida. Con esta profundidad ética, es posible rehumanizar el mundo y aprovechar esta rehumanización del mundo para nuestro desarrollo. La humanidad africana debe ser, por tanto, la fuente de inspiración que más nos permita no dejarnos aplastar por las estructuras globales de nuestro empobrecimiento. Lo es en la medida en que se sustenta en la ambición de construir una felicidad compartida a través del progreso comunitario, frente al desvelamiento individualista que nos impone el actual orden mundial. Hay que iniciar desde ahora mismo un viraje civilizatorio, basado en el rechazo del embrujo neoliberal cuyos efectos nefastos se perciben por doquier en nuestros países, y poner en marcha iniciativas comunitarias.
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