Los dos extremos de la vida humana, el nacimiento y la muerte, tienen la ternura de dos madres, la biológica, dispuesta a entregar su propia existencia para dar la vida al nuevo ser, y la madre espiritual, la muerte, que nos acompaña desde el primer aliento de nuestra senda vivencial, y cuando llegamos a la cúspide, sin importar las circunstancias de nuestro final, nos arropa para dar fin al sufrimiento. El nacimiento y la muerte son también los actos amorosos supremos de la humanidad.