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Llegada a Madrid.¿ María Díaz.¿ Impresión del Testamento.¿ Mi proyecto.¿ El corcel andaluz.¿ Se necesita un criado.¿ Una petición.¿ Antonio Buchini.¿ El general Córdova.¿ Principios de honor. Llegué a Madrid, y en lugar de acudir a mi antiguo alojamiento de la calle de la Zarza, tomé otro en la calle de Santiago, en las cercanías de Palacio. El nombre de la hostelera (porque, hablando propiamente, hostelero no le había) era María Díaz, de quien voy a decir algo en particular, ya que ahora se me ofrece ocasión de hacerlo. Podía contar esta mujer hasta treinta y cinco años; era más bien…mehr

Produktbeschreibung
Llegada a Madrid.¿ María Díaz.¿ Impresión del Testamento.¿ Mi proyecto.¿ El corcel andaluz.¿ Se necesita un criado.¿ Una petición.¿ Antonio Buchini.¿ El general Córdova.¿ Principios de honor. Llegué a Madrid, y en lugar de acudir a mi antiguo alojamiento de la calle de la Zarza, tomé otro en la calle de Santiago, en las cercanías de Palacio. El nombre de la hostelera (porque, hablando propiamente, hostelero no le había) era María Díaz, de quien voy a decir algo en particular, ya que ahora se me ofrece ocasión de hacerlo. Podía contar esta mujer hasta treinta y cinco años; era más bien agraciada, y todos los rasgos de su fisonomía denotaban una inteligencia poco común. Tenía los ojos vivos y penetrantes, aunque a veces los velaba una expresión un tanto melancólica. Todo su porte respiraba serenidad y reposo notables, debajo de los que alentaban una robustez de ánimo y una energía para la acción prontas a manifestarse en cuanto era menester. Aunque española, y, como es natural, católica, animábanla una tolerancia y generosidad como ya las quisieran para sí personas colocadas a mucha mayor altura. Durante mi permanencia en España encontré en esta mujer un amigo firme e invariable, y a veces un discretísimo consejero. Se adhirió a todos mis proyectos, no diré con entusiasmo, porque esto era impropio de su carácter, pero con sinceridad y cordialidad, y los favoreció en cuanto estuvo de su parte. No se apartó de mí en las horas de peligro y de persecución, y persistió en mi amistad, a pesar de lo mucho que mis enemigos trabajaron cerca de ella para inducirla a que me abandonase o me traicionara. Sus móviles fueron nobilísimos: la amistad y una percepción exacta de los deberes de la hospitalidad; ningún otro incentivo ni esperanza egoísta, por remota que fuese, influyó en la conducta de esta admirable mujer para conmigo. ¡Honor a María Díaz, la reposada, animosa e inteligente castellana! Sería yo un ingrato si no hablase aquí bien de ella, pues sobradamente merecido tiene este elogio en las humildes páginas de La Biblia en España.
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