Clemente, nacido en un pueblo de la profunda meseta castellana, alcanzó la cima de sus pensamientos y el cariño de cuantos le rodeaban, a través de una gran sinceridad, y lealtad, en la vida y en el trabajo. Pensaba, que el mejor negocio era ser serio y honrado, que la mayor desgracia era ser pobre, y que, para progresar, había que estar, culturalmente, preparado. Estaba seguro de la meta, pero no del camino. La esperanza, el sacrificio y la sensata ambición, encaminaron el rumbo de su vida. Y unos ojos verdes, que le orientaron continuamente.
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