La democracia se reconoce hoy como el régimen político que puede responder a la aspiración más profunda del hombre a la felicidad, a diferencia de otros regímenes políticos. Por eso se adoptó en la antigua Grecia, inaugurando la idea de que el pueblo debe ser súbdito sólo de sí mismo, ya que es el origen y la fuerza del poder político. Siendo, pues, un principio que consagra la soberanía del pueblo, la democracia pretende ser un Estado en el que el pueblo soberano, guiado por leyes que son obra suya, hace por sí mismo todo lo que puede hacer bien y, a través de delegados, todo lo que no puede hacer por sí mismo. Pero hoy, ¿todavía estamos en condiciones de afirmar inequívocamente que esta democracia sigue siendo una verdadera y auténtica democracia? ¿Sigue siendo suyo el poder del pueblo reconocido por esta democracia? ¿O es un engaño? ¿Por qué y para qué han fracasado nuestras democracias contemporáneas, cuáles son las graves y desafortunadas consecuencias y cómo podemos salir de este atolladero?
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