Hace aproximadamente 200 años, James Parkinson describió los principales síntomas de una enfermedad que acabó llevando su nombre, es decir, la enfermedad de Parkinson (EP). Poco a poco, pero definitivamente, nuestra comprensión de la enfermedad ha mejorado, pero aún no se ha desarrollado un tratamiento eficaz para la enfermedad. La EP supone un enorme reto para quienes la padecen y para quienes se ocupan de su supervisión. Además de los problemas comunes a otras afecciones neurológicas discapacitantes, el manejo de la EP debe tener en cuenta el hecho de que la base del tratamiento farmacológico, la levodopa, puede acabar produciendo discinesia, también llamada discinesia inducida por fármacos y fluctuación motora. Además, hay una serie de agentes, aparte de la levodopa, que pueden ayudar en el tratamiento de la EP, y existe la tentadora pero no verificada perspectiva de que otros tratamientos puedan proteger contra el empeoramiento de la discapacidad neurológica. Además, en los países en vías de desarrollo las personas que padecen EP no tienen acceso al preparado de levodopa comercializado. Por lo tanto, se necesita una cantidad sustancial de juicio para adaptar la terapia individual y para programar el inicio del tratamiento.
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